martes, 27 de septiembre de 2011

El asesinato de Ramiro de Maeztu.

La muerte de Maeztu


Uno de los más ilustres reclusos de la cárcel de Ventas fue don Ramiro de Maeztu. No intento descubrir el Mediterráneo. Sería petulante y necio presentar en estas apuntaciones la figura prócer de tan preclaro escritor. Filósofo, humanista, político y diplomático, diputado a Cortes, llegó por las rutas de elevadas rectificaciones, desde los más apartados climas del pensamiento nacional, al seno de Renovación Española, de la que fue en sus últimos años, uno de los más consecuentes y valiosos paladines.
 
Vascongado cono él -admirador, además, de sus extraordinarios talentos, aunque jamás convine en sus opiniones de partido- procuré enterarme, al ingresar en dicha prisión, de su estancia y de su salida de la misma para sumarlos a mis recuerdos de encarcelado.
 
Episodio de su detención:
 
Fue detenido el 1 de agosto. Hallábase refugiado en la casa de su amigo y correligionario don Luis Vázquez Dodero, en la calle de Velázquez. Llegaron a ella los consabidos milicianos. Pulsaron bruscamente el timbre. Golpearon furiosamente la puerta con sus fusiles homicidas. Les corría, sin duda, prisa. ¡Tendrían en cartera tantos servicios y tantas víctimas! Iban a practicar un registro. Un alma ruin había denunciado la existencia de un oratorio en el domicilio que accidentalmente ocupaba Maeztu. Este -que no podía adivinar el objeto de tal visita; que no quería ocasionar la más leve molestia a la familia que tan bondadosamente le ofrecía asilo; que tenía la obsesión, muy lógica por aquellos días, de que trataban de prenderlo y aún de pasearlo los agentes de la perturbación y del crimen- salió a recibir a los que en tal guisa rompían el silencio, un tanto medroso, de aquella morada. Creía -no infundado el temor- que iban por el y no les hizo aguardar un minuto. Reposado el continente, enérgico el ademán, vibrante el acento, les dijo así:
 
-Yo soy Maeztu... ¿Venís a matarme? Aquí me tenéis a vuestra disposición... ¡Asesinadme pronto!
 
Estas viriles palabras y esta inesperada actitud lo salvaron por el momento. La cuadrilla de bandidos, que no lo esperaba, se alteró y quedó indecisa Todos le tomaron por el cura del oratorio delatado. ¿Maeztu? no les sonaba. No habían oído nunca su nombre. Hubiera sido igual haberles dicho que era Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca o el mismo Cid en persona. El jefe de aquellos bandoleros, tan ilustrado como los demás, se desconcertó. No sabía que responderle ni que hacer... optó por telefonear a la Dirección General de Seguridad y consultar el caso... Ello fue que, en vez de matarlo en la primera esquina, lo redujeron a prisión y lo llevaron a la de Ventas.
 
Su vida de recluso:
 
¡Vida ejemplar la suya en la cárcel!... sufrió con estoicismo de filósofo y resignación de cristiano, en las angosturas de una celda del piso tercero izquierda, las torturas de un trato soez y de una alimentación repulsiva. Mientras distraía sus ocios y alejaba sus cavilaciones en una partida de dominó, que a veces llegó a interesarle; disputaba eruditamente con Federico Santander, Con Santiago Magariños, con el doctor Lemus, acerca de los más variados temas, en los que sabía proyectar las claras lumbres de su cultura y de su ingenio; exponía ante un grupo de selectos, su certero juicio sobre cuestiones trascendentales que la trágica realidad española ponía sobre el tapete de la discusión y de la crítica; seguía la ruta, cada vez más larga, cada vez más extensa, cada vez más gloriosa, del Ejército nacional, captando y cerniendo todas las informaciones que en aquellas circunstancias podía conseguir.
 
Jamás se sintió pesimista. Lejos de ello, infundía a todas horas esperanzas en la inmediata victoria y el consiguiente resurgir de España. Tuvo exaltaciones místicas. En sus fervientes plegarias, que muchas veces fueron colectivas, rogó siempre al Cielo por esta patriótica intención: la pronta entrada en Madrid de las huestes invictas de Franco. Lo pidió y lo creyó. Alentó a sus compañeros de cárcel y a los seres queridos de su familia; a los primeros con su caliente palabra, henchida de optimismos; a la segunda, con sus cartas alentadoras, que inspiraba su fe en los altos destinos del Imperio y llenaba de conmovedoras ternuras su amor de esposo, su cariño de padre. ¡Que prudentes consejos los suyos! ¡Cómo sostenía en su triste soledad a la virtuosa compañera de su vida, tránsido el corazón por dolorosas ausencias! Con que sagacidad y dominio sobre los censores epistolares triunfaba su poderosa inteligencia de los obstáculos que lo anómalo y grave de su situación oponía a la expresión noble de sus afectos y de sus ideales!...
 
La celda que ocupaba se convirtió a menudo en cátedra de Filosofía, de Política, de Historia, de Literatura, al exaltar los valores que en 1934 puso de relieve con brioso estilo y prodigiosa erudición en las jugosas páginas de su Defensa de la Hispanidad, síntesis de sus reposados estudios y de sus profundas meditaciones. Escuchándole, se olvidaban todos de su mísera condición carcelaria. Imaginábase estar pendientes de la voz docta del maestro en un aula o de la charla amena e instructiva de un erudito en el plácido rincón de un Ateneo. ¡Oh, poder taumaturguito del ingenio de los seres privilegiados! Pero... ¡que pronto se desvanece tu mágico encanto aquí, en la prosa y en el crimen de una prisión de tono moscovita, que, en lo más interesante de la disertación, llama a la triste realidad a los embelesados oyentes anunciándoles el rancho indigesto, el recuento vejatorio, el asesinato vil!
 
En los primeros días del mes de octubre abandona su celda. Es trasladado a Madres derecha. Aumenta el espacio; sube a unos cuarenta el número de sus compañeros; hay más alegría en el ambiente: recibe las caricias del tibio sol de otoño a través de amplios ventanales; puede contemplar parte del cielo con todas las tonalidades que ofrece el día azul y la noche estrellada. Y, sin embargo, se aísla, se reconcentra, se ensimisma. Baja poco al patio. Correcto siempre, habla con todos sus vecinos; diserta con Magariños, con Lemus, con Vázquez Dodero. Mas se le ve preocupado. Abismado en sus pensamientos íntimos...
 
¿El mal trato que se inicia por entonces en la cárcel a consecuencia de la turbia y sanguinaria intromisión de los milicianos que han sustituido a los oficiales de Prisiones?... ¿La fiebre del escritor, que pone la pluma en su vigorosa mano a impulsos de su magno entendimiento?... El hecho es que tan pronto como despacha su breve yantar, reanuda la tarea comenzada. Está forjando un acerado instrumento de combate para las luchas de las ideas. Un nuevo libro: Defensa del espíritu. Quiere exponer en el las consecuencias o enseñanzas que contiene, como en germen el anteriormente citado. Lleva escritas muchas cuartillas. Ha terminado ya dos capítulos. Va a comenzar el tercero, cuando la fatalidad detiene su mano y corta para siempre el caudaloso torrente de su fecunda inspiración.
 
 
Su "saca" y su asesinato:
 
Comienzan por entonces las fatídicas levas. Se cubren sin cesar las listas de sentenciados... ¿Recordáis las sacas de la Cárcel Modelo? Aquí varía el modo. Se disimula el designio criminal. Se dice a las víctimas que se vistan -siempre se hacen de noche-, que bajen que les llama el Sr. Director. Más el resultado viene a ser el mismo. La muerte... El cobarde asesinato... el martirio glorioso.
 
Don Ramiro de Maeztu fue sacado en la madrugada del 28 de octubre (a). Al despertarlo sus verdugos reaccionó vigoroso; pero cejó pronto en su resistencia. Era inútil. Recogió tranquilamente lo suyo, se despidió emocionado de sus compañeros y salió majestuoso del dormitorio. Un sacerdote -don José María Fernández- lo bendijo y absolvió desde su petate.
 
Corrían allí diversas y aún contradictorias versiones de este hecho. Yo recojo aquí la de un testigo humilde y veraz: Basilio López Sánchez.
 
Tiene unos cincuenta años, es un hombre honrado a carta cabal. Labrador de oficio, bajo de estatura, robusto de complexión. Llegó a la cárcel de las Ventas el 26 de julio. Fue de Auñón -Guadalajara-, con veinticinco paisanos, entre ellos un hijo suyo: Paulo López Sáez. Todos, de sanas ideas, católicos y patriotas. Denunciados y perseguidos por los elementos marxistas, autores de tantos crímenes en su pueblo, debieron la vida a una sección de guardias de Asalto, al mando de un teniente, que los entregó a la Dirección General de Seguridad. Modestos, serviciales, buenos, casi todos ocuparon destinos en la prisión: unos en la cocina, otros en la limpieza; otros en la vigilancia.
 
Basilio era ordenanza de Madres derecha. Trató a Maeztu y presenció su salida. He aquí lo que recordaba, sintetizado y reducido a sencillas expresiones: "Había entonces en ese departamento varios personajes: don Bonifacio Sedeño de Oro, párroco de San Ginés, don Felipe Rodríguez, cuñado de éste último y ambos del General Fanjul; el doctor don José de Lemus Calderón de la Barca, abogado y Comandante médico de Sanidad; los capitanes Villar y Reina; don Francisco Ochoa, don Emilio Fernández Luis; don Santiago Magariños, catedrático de Historia de las Instituciones de América, en la Universidad Central; el abogado señor Bermúdez Reina, don Roberto San Martín, reputado librero de esta antigua corte; don José María Fernández, párroco de Getafe; don José Ignacio Marín coadjuntor de la misma Iglesia; don José Luis Vázquez Dodero; don Prudencio de Igartua, secretario judicial de Carabanchel, y el Rvdo. Padre Ignacio Romañá, Provincial de la Compañía de Jesús, cuyo nombre y condición apenas se conocían entre los reclusos.
 
Serían las dos de la madrugada cuando se presentó katiutska... este es un miliciano convertido en oficial, bajo el, bastante grueso, fisonomía repulsiva, lenguaje soez, groseros ademanes. Indudablemente se le da ese apodo por sus ideas revolucionarias y, sobre todo, por su estrafalario traje moscovita, desde su ridículo gorro hasta sus grotescas polainas... Iba armado con un gran pistolón. Acompañabánlo dos oficiales con sus correspondientes pistolas: el uno se llama Inocente Díaz y el otro, Montero, de la C. N. T. Ambos son dignos compañeros de Katiutska...
 
Este se dirigió al señor Maeztu y le dijo, con su rudeza habitual, que se vistiera y lo acompañase. Don Ramiro supuso desde el primer momento la intención aviesa de esa orden y se resistió a obedecerla alegando lo intempestivo de la hora para la llamada del director que se invocaba: pero no pudo excusarse.
 
Nunca lo olvidaré por muchos años que viva. Al salir del dormitorio me abrazó estrechamente y conmovido, pero valeroso, se despidió de mi con estas palabras:

- ¡Adiós, amigo Basilio! ¡Hasta la eternidad!
 
Katiutska extrañado y molesto me preguntó iracundo: - Qué tienes que ver tu con este señor? Y añadió revelando los criminales propósitos con que se le sacaba:
 
- ¡Mucho cuidado! No te pase a tí lo que le va a ocurrir a él.
 
En esa forma se lo llevaron. Después tuve noticias de que fue asesinado en el mismo rastrillo de la cárcel, sin duda por negarse a salir. Lo cierto es que el vigilante oyó dos disparos a esta hora en dicho lugar".
 
Hasta aquí lo que me refirió ese honrado testigo. Su relato conjuga bien con la entereza vasca y la británica flema del que fue culto fundador de Acción Española aunque hay inexactitud en lo que afecta al muerto a la salida de la prisión (c). Informaciones de solvencia absoluta me permiten asegurar que lo fue don Ramiro Ledesma Ramos, el cual, digno y valiente, se revolvió contra la soez, violenta e intolerable chulería de un miliciano. (d).
 
En esa misma noche extrajeron a más de trescientos infelices. Entre ellos figuraban los hermanos don Alfonso y don Enrique de Borbón y de León, marqueses de Squilache y de Balboa, respectivamente, el doctor Lemus, don José Luis Rivera, don Indalecio Gutiérrez, don José Luis M. Bengoa, y los citados García Trelles y Germán Martín. Todos, con el mismo pretexto.
 
Nadie lo supo entonces; pero no lo dudó nadie. El nuevo día alumbró con sus lívidos clarores una trágica escena... ¿En Arganda?... ¿En Barajas...? ¿En San Fernando?... ¿En Torrejón de Ardoz?... ¿En Paracuellos del Jarama? Todos estos nombre sonaban lúgubremente en los oídos de los presos. (e)
 
(a) Aunque en su esquela de defunción -que se publicó en ABC el catorce de mayo último- se dice que falleció el 29 de octubre, yo mantengo la fecha que va arriba. Fúndome para ello en el testimonio de mi amigo Recio, el cual fue trasladado el día 28, con diez compañeros, al departamento que ocupaba Maeztu. Y ya no estaba allí el autor de don Quijote, don Juan y la Celestina. Debió salir aquella misma madrugada -la del 27 al 28- con otros, cuyos vacíos precisamente fueron a ocupar aquellos.
 
Confírmalo, a mi juicio, el hecho, ya citado, de que el 27 irrumpieron en la cárcel de Ventas los milicianos huidos de Talavera de la Reina, quienes pretendieron asesinar en masa a los presos. Recuérdese que si no cometieron tal barbaridad, se debió a que alguien propuso una previa selección a fin de que no murieran, los que en su criterio, podían resultar inocentes. Tengo como indudable que lo sacaron en esta ocasión junto con los que se citan más adelante (b).
 
(b) Compuesta ya esta nota, leo en ABC la esquela de la defunción de don José de Lemus, uno de los compañeros de martirio del señor Maeztu. Ella confirma cuanto se expone arriba, pues dice textualmente que ese ilustre médico militar fue sacado [de la cárcel de las Ventas] el día 28 de octubre de 1936 asesinándolo en Aravaca.
 
(c) Don Francisco Casares, en su artículo Una familia española, publicado el 2 de julio de este año en ABC, incurre en ese mismo error, al decir: "Maeztu -quizás por un gesto de indómita protesta- caía acribillada su arquitectura humana, firme y vasca, en la puerta de la prisión.
 
(d) Alfredo Marqueríe dedica en La Hoja del Lunes, correspondiente al 30 del pasado mes de octubre, un artículo al fundador de las J.O.N.S. -Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista- con ocasión del tercer aniversario de su asesinato. Titúlase: Gloria y muerte de Ramiro Ledesma Ramos y termina así:
 
"Se rebelaba Ramiro Ledesma Ramos contra todo lo que no fuera virilmente español, contra la componenda, la transigencia y la blandura que buscaba el pacto cobarde y el mal menor. Oponía la revolución constructora y creadora del "jonsismo" al conservatismo ecléctico y estéril, a la negación y a la destrucción de los liberales y de los marxistas.
 
Cuando se inició el Alzamiento estaba en Madrid. Tenía treinta y un años. No quiso buscar refugio ni asilo. Lo detuvieron en plena calle. Dio su nombre verdadero. No ocultó ni por un instante sus ideas. Ya en la cárcel de las Ventas, un día de octubre -hace exactamente tres años- le llamaron para que engrosara el grupo de los que iban a ser fusilados, junto a una zanja, en un camino cualquiera.
 
-Me podéis matar, porque sois muchos y yo no tengo un arma -dijo-,; pero no me mataréis, ¡cobardes! sino donde yo quiera. Y ha de ser aquí mismo. Mi voluntad puede más que la vuestra.
 
Trataron de obligarle a salir a la fuerza. No pudieron conseguirlo. Supo defenderse y lograr la última victoria viril que ambicionaba: morir donde él quiso.
 
Nadie sabe donde está su cadáver. No puede tener ni lápida, ni guardia jonsista, ni flor ni laurel sobre su tumba. Seca y fría tierra del Madrid castellano que él amaba, pesa sobre sus huesos de duro y esforzado luchador".
 
(e) Merecen conocerse por curiosos los datos que registra José Félix Tapia en su interesante escrito Como fueron las últimas jornadas carcelarias de Ramiro de Maeztu antes de su sacrificio que apareció en el número de Informaciones correspondiente al 13 de abril último.
 
Consúltese asímismo, la Obra de Mueta, pp. 35 a 38 (I).
 
(1) No resisto a la tentación de trasladar a esta nota lo que sigue tomando de la Evocación de Vegas Latapié, que sirve de prólogo a la tercera edición de la Defensa de la Hispanidad de este mártir:
 
"Profetizó su muerte asesinado por los sicarios de la anti-España y anunció la resurrección del Imperio superado en la Hispanidad, y hoy vislumbramos un amanecer imperial y lloramos su santa y ejemplar muerte de mártir a manos de la bestia roja. "¡Me matarán! ¡Me matarán! ¡Me doy por muerto! ¡Me pegaran cuatro tiros en una esquina! ¡Sí! ¡Sí! ¡Me matarán! ¡Me aplastarán como una chinche contra mi biblioteca!", oíamos repetir constantemente a don Ramiro sus amigos íntimos y no una ni dos veces, sino constantemente, al correr los meses y los años de ese lustro apocalíptico, que se inicia con las sucias y torpes bacanales del 14 de abril de 1931 y remata y concluye con las matanzas y asesinatos en masa de la España roja, desenmascarada por fín, en 1936. Tan convencido estaba Maeztu de que el odio de los marxistas y demás enemigos de Dios y de España no descansaría hasta haberle asesinado, que con la mente fija en el trance de la muerte tal y como lo presentía, nos repetía a sus íntimos: "Yo temo ser cobarde y por eso todos los días pido a Dios que me de alientos para morir, al menos con dignidad".
 
En enero de 1934, en uno de aquellos banquetes de Acción Española, en los que se comía durante una hora y se hablaba o se oía hablar durante tres o cuatro, don Ramiro, con aquella oratoria tan suya de poseído, de iluminado, después de explicar sus esfuerzos prodigados en vano durante la Dictadura para convencer a los gobernantes de que la revolución se venía encima y que se aprestaran a vencerla dijo, textualmente: "Esta fue mi lucha durante quince meses, hasta que un día la revolución se echó encima de nosotros. Mis compañeros prefirieron el destierro; yo no; porque prefiero que me den cuatro tiros contra una pared, pero aquí he de morir. Mis espaldas no las han de ver nunca mis enemigos.
 
Un día de marzo o de abril de 1936, otro glorioso mártir de la Nueva España, don Víctor Pradera, al regresar a su hogar, después de presidir una conferencia de la Sociedad cultural Acción Española, refiere a su esposa que, al encontrarse con Maeztu, éste le había dicho: "Don Víctor, ¿cuándo nos asesinan a usted y a mí?" Hoy dos mujeres ceñidas con tocas de viudas, que en el silencio y el retiro lloran la muerte de estos precursores y maestros de la Nueva España, al encontrarse no podrán por menos de sentir un estremecimiento, al recordar el terrible vaticinio.

 
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¿Cómo murió este atleta de la causa de Dios y de España? Se ignoran detalles.. Alguien dijo a sus familiares que habían visto en la Dirección de Seguridad la fotografía del cadáver de don Ramiro. La leyenda refiere que al ir a ser fusilado, encarándose con sus verdugos les dijo "¡Vosotros no sabéis por qué me matáis! Yo si sé por qué muero: porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!" El estilo de la frase es netamente del mártir. Si no la dijo físicamente, es bien seguro que la había pensado repetidas veces- (Páginas V, VI, VII, XVII y XVIII).
 
No. El que pronunció esas admirables palabras fue don Joaquín Beunza Rodín, defensor de la Tradición y martillo de la barbarie marxista en las Cortes constituyentes de 1931. Trasladado al fuerte de Guadalupe -Irún- de la cárcel de Ondarreta -San Sebastián- , cayó asesinado sobre el cadáver de don Honorio Maura el 4 de septiembre de 1936; pero al dirigirse al lugar del suplicio, manifestó virilmente a los sicarios que lo conducían: -Yo soy más feliz que vosotros pues vosotros no sabéis por qué me matáis y yo sé por qué muero. MUERO PARA QUE VUESTROS HIJOS SEAN MEJORES QUE VOSOTROS.
 
¡Dios haga que por la sangre de estos y de tantos otros mártires, se cumplan los votos del hijo predilecto de Navarra y brille en las nuevas generaciones el viejo sol de nuestras glorias!...

G. A. Izaga (1940)
 
 

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