FE-JONS/ Desde que el Partido Popular ganase las Elecciones
Generales, asistimos a una tónica general de ofensiva mediática por parte
de los agentes próximos al poder hacia todo aquello que pueda cuestionar el
modo y el fondo de los brutales ajustes emprendidos. Dichos medios están
pisando el acelerador a fondo para desprestigiar al máximo posible a los
protagonistas reales o potenciales de la contestación a la apisonadora puesta
en marcha por Rajoy a instancias -más bien mandato- del eje franco-alemán. Los
ejecutores de la crisis, el sector financiero, se llenan los bolsillos con
inyecciones de capital mientras los ciudadanos y trabajadores nos quedamos sin
derechos. Pero la culpa es de los “perroflautas” ,de los sindicatos y del resto
de los españoles, que somos vagos y trabajamos mal.
Es cierto que los dos sindicatos mayoritarios
subsisten -y muy bien- gracias a subvenciones millonarias. Nos es menos cierto
tampoco que las movilizaciones protagonizadas por los estudiantes en protesta
por los recortes, amagan estrategias pergeñadas por la izquierda parlamentaria
para desgastar al Gobierno y han sido instrumentalizadas por la progresía
mediática para rematar el mandato. Pero es necesario separar el grano de la
paja, partiendo de que en España el periodismo no es libre or ser reo del
poder de turno o del que vendrá. Y que solo cuando no reciben recompensa
por los servicios prestados a través de licencias y publicidad, se revuelven
contra la mano que les daba de comer. Su información tiene el paradójico
cometido de desinformar para poder subsistir.
España se encuentra en una situación de crisis
económica y moral sin precedentes en nuestra historia reciente. Podríamos
asegurar que la segunda, la moral, está en el origen de la primera, la
económica. El norte de lo que es correcto e incorrecto, la virtud de
posicionarse con lo verdadero frente a lo falso, hace tiempo que se puso en
valor en función de su rentabilidad material inmediata. Los medios de
comunicación no son ajenos a esta realidad. Reconociendo excepciones
individuales, naturalmente, se puede decir que la información en España está
monopolizada por dos grandes bloques, a izquierda y derecha: desinformadores
con fronteras. Y ocurre como suele que los voceros de la libre competencia
acaban integrándose en monolitos uniformes de opinión, donde el de
enfrente detenta todos los males y culpas, llegando incluso al ridículo más
elemental en el caso de algunas tertulias, donde el razonamiento fundado es
sustituido por el ruido. Exaltados a sueldo.
En esta tesitura, no es extraño comprobar diariamente
como ambos bloques allanan de piedras el camino de sus acreedores a través de
informaciones parciales, que nunca dan una dimensión global a internautas,
lectores y televidentes, relegando en el mejor de los casos la “carga” de la
independencia partidista a algún columnista o comentarista. No es que el
periodismo deba estar libre de interpretación ideológica alguna, por supuesto
que no. Se trata de que el periodismo, para ser libre, debe ser independiente
del poder presente y futuro. La encomienda a dichos medios consiste ahora en
desprestigiar indiscriminadamente a los sindicatos -siempre se habla de
“lo sindicatos” y del “sindicalismo”, en general- y de señalar como vándalos a
los miles de jóvenes que se han lanzado a las calles para reclamar la
supervivencia de la enseñanza pública. Mañana recibirán otro encargo y así en
lo sucesivo, hasta culminar el objetivo de que el grado de aturdimiento, de
desasosiego y de resignación de los españoles sea tal que abracen sin
resistencias la “ley de la jungla”, ayuna de humanidad, que nos ofrece el
neoliberalismo como única salida.
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