domingo, 4 de marzo de 2012

El periodismo obediente ante la crisis.




FE-JONS/ Desde que el Partido Popular ganase las Elecciones Generales, asistimos a una tónica general de ofensiva  mediática por parte de los agentes próximos al poder hacia todo aquello que pueda cuestionar el modo y el fondo de los brutales ajustes emprendidos. Dichos medios están pisando el acelerador a fondo para desprestigiar al máximo posible a los protagonistas reales o potenciales de la contestación a la apisonadora puesta en marcha por Rajoy a instancias -más bien mandato- del eje franco-alemán. Los ejecutores de la crisis, el sector financiero, se llenan los bolsillos con inyecciones de capital mientras los ciudadanos y trabajadores nos quedamos sin derechos. Pero la culpa es de los “perroflautas” ,de los sindicatos y del resto de los españoles, que somos vagos y trabajamos mal.
Es cierto que los dos sindicatos mayoritarios subsisten -y muy bien- gracias a subvenciones millonarias. Nos es menos cierto tampoco que las movilizaciones protagonizadas por los estudiantes en protesta por los recortes, amagan estrategias pergeñadas por la izquierda parlamentaria para desgastar al Gobierno y han sido instrumentalizadas por la progresía mediática para rematar el mandato. Pero es necesario separar el grano de la paja, partiendo de que en España el periodismo no es libre or ser reo del poder de turno o del que vendrá. Y que solo cuando no reciben  recompensa por los servicios prestados a través de licencias y publicidad, se revuelven contra la mano que les daba de comer. Su información tiene el paradójico cometido de desinformar para poder subsistir.
España se encuentra en una situación de crisis económica y moral sin precedentes en nuestra historia reciente. Podríamos asegurar que la segunda, la moral, está en el origen de la primera, la económica. El norte de lo que es correcto e incorrecto, la virtud de posicionarse con lo verdadero frente a lo falso, hace tiempo que se puso en valor en función de su rentabilidad material inmediata. Los medios de comunicación no son ajenos a esta realidad. Reconociendo excepciones individuales, naturalmente, se puede decir que la información en España está monopolizada por dos grandes bloques, a izquierda y derecha: desinformadores con fronteras. Y ocurre como suele que los voceros de la libre competencia acaban integrándose  en monolitos uniformes de opinión, donde el de enfrente detenta todos los males y culpas, llegando incluso al ridículo más elemental en el caso de algunas tertulias, donde el razonamiento fundado es sustituido por el ruido. Exaltados a sueldo.
En esta tesitura, no es extraño comprobar diariamente como ambos bloques allanan de piedras el camino de sus acreedores a través de informaciones parciales, que nunca dan una dimensión global a internautas, lectores y televidentes, relegando en el mejor de los casos la “carga” de la independencia partidista a algún columnista o comentarista. No es que el periodismo deba estar libre de interpretación ideológica alguna, por supuesto que no. Se trata de que el periodismo, para ser libre, debe ser independiente del poder presente y futuro. La encomienda a dichos medios consiste ahora en desprestigiar  indiscriminadamente a los sindicatos -siempre se habla de “lo sindicatos” y del “sindicalismo”, en general- y de señalar como vándalos a los miles de jóvenes que se han lanzado a las calles para reclamar la supervivencia de la enseñanza pública. Mañana recibirán otro encargo y así en lo sucesivo, hasta culminar el objetivo de que el grado de aturdimiento, de desasosiego y de resignación de los españoles sea tal que abracen sin resistencias la “ley de la jungla”, ayuna de humanidad, que nos ofrece el neoliberalismo como única salida.

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