lunes, 5 de diciembre de 2011

El asesinato de la Navidad.




Hace ya varios días que podemos ver en nuestras calles los adornos de Navidad, para horror de los "progres" puristas de turno (que no pondrán ninguna pega cuando les toque cobrar la paga extra de diciembre a causa de dicha festividad religiosa).

Tras la habitual iluminación de todos los años, de aquí a una semana (o dos, tampoco estoy muy seguro), llegará el turno de las recreaciones del portal de Belén en iglesias y ayuntamientos (sin importar la tendencia política del alcaldillo local que gobierne en el municipio).

Y, tras el colorido luminoso en las calles y los belenes a la vista de todos los públicos, todo tipo de negocios nos bombardearán constantemente con sus ofertas de temporada: desde el cordero de la carnicería de nuestro pueblo o barrio, pasando por los langostinos del pescadero de turno (o mayorista, si nos ceñimos a las palabras de cierto personaje televisivo) y, finalmente y lo más preocupante de todo, las dichosas ofertas de los centros comerciales.

¡Ya llega la Navidad! Sin embargo, mire por donde mire, no veo y no dejaré de ver más que materialismo y despilfarro… Capitalismo en estado puro. ¿Y dónde está, en medio de semejante y nauseabunda basura burguesa, la auténtica Navidad?

La gran mayoría de nuestros compatriotas se creerán “de izquierdas” (la victoria electoral del Partido Popular no significa nada); por lo que, durante la mayor parte del año, se mostrarán muy “sensibles” respecto a posturas como la defensa de la institución familiar, como eje de la sociedad, y de la religión católica, como visión del mundo y principios que guíen el camino del ser humano. Para ellos, todos esos postulados tan “reaccionarios” y “anticuados” no pintarán nada en nuestra sociedad “laica” (menuda manía tienen con confundir el laicismo con la aconfesionalidad), “moderna” y “abierta” (sigo esperando que me expliquen qué significa eso de "sociedad abierta"). No obstante, amparándose en la “costumbre”, se atiborrarán el 24 de diciembre junto a sus familiares y el día 6 de enero se abrazarán al cuello de sus seres queridos, con mayor o menor fuerza, en función de los regalos que hayan recibido.

Definitivamente, la tradición ha sido sustituida por la costumbre, términos que no son sinónimos. Una tradición siempre tiene una base emocional y que conecta directamente con la identidad de la cultura a la que pertenece; sin embargo, la costumbre no es más que una serie de prácticas que se realizan en una determinada circunstancia y que, habitualmente, carecen de significado. Por poner un ejemplo: la tauromaquia es una tradición, mientras que lavarse las manos antes de comer es una costumbre.

En lo referente a la Navidad, la gente ha olvidado el significado de la tradición ancestral que supone celebrar en familia el nacimiento de Jesús y ha convertido la festividad en una costumbre al dejar de dar importancia al simbolismo religioso y al primar la reunión familiar y los regalos por encima de cualquier otro aspecto. No hay más que ver lo que ha pasado con los villancicos: los niños ya no cantan para recibir una propina, sino que directamente exigen que les den dinero nada más sentir que les abren una puerta.

Nietzsche cometería la temeridad, en su momento, de proclamar la muerte de Dios; pues bien, yo mismo haré lo propio con la Navidad (aunque, evidentemente, con una intención muy diferente a la del filósofo alemán).

Sí, la Navidad ha muerto. Ha sido sepultada bajo todos aquellos juguetes inútiles con los que los padres compran el amor de sus hijos, entre la costosa ropa de marca fabricada por economías esclavistas en el Tercer Mundo y los lujosos caprichos de mujeres que han optado por conformarse con alimentar su ego propio a partir de fétidos perfumes y bolsos de diseño con cuyo precio podrían alimentarse un par de familias enteras al mes. Por supuesto, sobre la tumba de la Navidad no encontraremos una lápida con una cruz, sino un gran Papa Noel de color rojo y blanco y su habitual “Felices Fiestas” (porque eso de “Feliz Navidad” en estos tiempos resulta algo “anticuado” y que puede “herir” la sensibilidad de los no creyentes y los miembros de otras confesiones).

Para ser sinceros, las incongruencias de los "progres" y los liberales ateos me resultan muy indiferentes. Estoy más que acostumbrado a convivir con ellas a diario y a estas alturas no me voy a preocupar de desentrañarlas.

En este asunto de la Navidad lo que me preocupa es cómo los católicos han caído en la trampa del capitalismo. No considero de ser un buen católico el acudir a la misa de la madrugada de la noche de Navidad si, después de la misma, la única preocupación que se tiene es el regalo que se va a recibir a causa de la festividad, sin meditar en ningún momento cuál es el verdadero sentido del 25 de diciembre. Involuntariamente (o, al menos, eso quiero creer) hemos sustituido a la promesa de la salvación de todos los hombres por… ¿Un teléfono móvil de última generación? ¿Un vestido de seiscientos euros? ¿Un televisor de plasma? ¿Un iPad?

Sin darnos cuenta, porque está en nuestra naturaleza el hablar sin pensar, nos autoproclamaremos defensores, partidarios y servidores de la causa de Dios, España y la Falange en algún momento de nuestra vida. Pues bien: si profundizamos en la materia y nos encontramos con el término “ascetismo”, nos tocará recordar que significa alejarse de los bienes materiales y rechazar todos los lujos que nos rodean. Por lo tanto, sin intención de sacar el famoso “falangismómetro” o un “catolismómetro” ni nada por el estilo, considero que, por el bien de nuestra salud moral, debemos rechazar toda la basura burguesa que se nos ponga por en medio y tratar de cumplir con lo que predicamos. Todos los aspectos de la vida se demuestran actuando y no hablando, porque lo auténticamente revolucionario son los actos y no las palabras.

Y ahora, en una fecha tan materialista en la que han convertido a la Navidad, es cuando debemos demostrar por qué somos quienes somos y cumplir con lo que afirmamos defender.

Desde luego, tal y como está el panorama, gustosamente me encerraría en mi cuarto desde el día 24 de diciembre hasta el 6 de enero, con tal de no tener que presenciar el horrible culto burgués al dinero y a la apariencia externa ante los demás en que se ha convertido la festividad de la llegada al mundo de Jesucristo Nuestro Señor.

Total, ¿qué me voy a perder? No quiero regalos ni ningún tipo de detalle de nadie, a mis familiares los veo todo el año, procuro comportarme todos los días de la mejor manera posible con mis semejantes… Está claro que no necesito dos semanas para compensar las malas acciones que haya podido cometer durante todo el 2011 al resto de la sociedad.

Por mi parte, voy a tener la conciencia muy tranquila por no participar en el aquelarre consumista en la misma medida que el resto de mis compatriotas. ¿Podrán decir ellos lo mismo?



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