Por Jorge Juan Perales.
Leyendo el libro “La Pasión de José Antonio”, de José María Zavala, en sus primeros capítulos, en los que se relata los noviazgos del fundador y Jefe Nacional de la Falange Española, te das cuenta, una vez más, que España fue, para José Antonio Primo de Rivera, finalmente su verdadera novia, su prometida, la feminidad amada. La sublimación de todo su potencial amoroso, que en él era inmenso, lo proyectó sobre una idea, sobre un concepto de Patria que va más allá de un territorio (cuerpo), de una historia (biografía), de una raza (genética), de una cultura (formación), de una lengua (nación), de unas costumbres ( tradiciones). Va más allá de la razón (convencionalismos), va más allá de lo material (sexualidad), va más allá del deseo (pasión). Es una liana endeble, enredada, a veces inmaterial, a veces irreal, que permite transitar entre el Cielo y la Tierra manteniendo la mirada, limpia y esperanzada. Es una fe consciente, sin espacio, sin distancia, sin materia, que al querer tocarla, no se alcanza con las manos humanas. Son las notas musicales que se oyen, que se marchan, que se escapan, que te atrapan, que se concreta en la emoción vivenciada. Es la sensibilidad del poeta, que le embriaga la belleza y no encuentra las palabras.
Le dolía España, como sufre un amante cuando ve desasosegada, desgarrada, destrozada, a su amada. Sentía las injusticias de los jornaleros del campo, mendigando peonadas en unas condiciones infrahumanas, mal alquilando sus brazos para el beneficio desmesurado de los oligarcas. Hizo del hambre que padecían tantos y tantos compatriotas de su tiempo, el primer objetivo de su acción política; anhelaba satisfacer de pan a todos y cada uno de los habitantes de la Patria. Pretendía conquistar para los obreros explotados en las fábricas, la propiedad de ellas, dando al trabajo el título de dominio sobre los medios de producción, siendo – el trabajo- el receptor de la plus valía que generara; liberando al hombre de la esclavitud de la compra-venta del sudor de su trabajo, de su voluntad, de su decisión, de su honor, hasta de su alma. Denunció la usura de la banca y la dictadura tiránica de las finanzas. Buscó la superación del enfrentamiento entre las clases. Deseaba una sola clase, la de los trabajadores, una sola nobleza, la de españoles, sin las divisiones regionales, sin los separatismos locales, exaltando la riqueza de las diferencias culturales de todos los rincones de la Patria. Le revolvía el egoísmo de los políticos, enfrentados entre sí, mientras el pueblo sufría carencias básicas de subsistencia. Denunciaba la ausencia de sentido del bien común de los partidos políticos, de la visión incompleta que tenían de España y de sus manifiestas ansias de revancha. Percibía dolorosamente la falta de fe de los españoles, como pueblo, que había sido, en otros tiempos, cuando consiguió su Unidad, el más Grande, el más Libre y el más Generoso en la historia del Universo y en los frentes de batalla.
José Antonio, vio frustrados todos sus noviazgos, parecía como si lo femenino, la mujer, le negara la posibilidad de amarla; siempre las circunstancias, los avatares de la vida, los intereses de otros, las desgracias se cebaban con sus ganas de ganarla, desde que aquella mujer-madre le dejara para siempre solo, sin amor materno, a los cinco años, en su más tierna infancia. España, la España Imperial, católica y noble, la España rica en Pan, en Libertad y en Justicia que imaginaba como ideal, concentró toda la fuerza de su amor sin intención de traicionarla. La España de hombres libres, íntegros y dignos, orgullosos de amar a su Patria, para ofrecer al mundo toda su riqueza espiritual de trascendencia eterna, encontrando el camino del destino, la gloria de la Verdad de la que no dudaba. España, a la que amó como hombre, dando la cara, con la frente muy alta, con valentía demostrada, como un guerrero fiel a su Señor y a su Patria; como solo las novias, las esposas, las madres, saben amar, con el cuerpo, con la mente y con el alma, hasta entregar la vida, deseando todo el bien para la persona amada, para que viva de pie, para que se sienta amada. ¡Arriba la novia! ¡Arriba España!
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