miércoles, 19 de octubre de 2011

CONTRA LA DICTADURA DEL MAL MENOR




POESÍA QUE PROMETE/ Otra vez estamos convocados a la pantomima democrática, otra vez, pretenden obligarnos a hacerle el juego a los lacayos del capital. El próximo 20 de noviembre, uno de los peores gobiernos de la historia de nuestra Patria, intenta escapar de la insostenible situación en la que ha colocado a nuestro país a través de unas elecciones generales, que saben van a perder alejándoles del poder y de la quema. No deja de llamarnos la atención, que Rodríguez Zapatero haya escogido precisamente esta fecha para certificar su muerte política, imaginamos, ya habrá preparado su “Cuelgamuros” propio, donde, como caudillo del progresismo, reposar y ser venerado por sus cada vez más escasas huestes.

Aparentemente, la convocación de elecciones generales, y la previsible derrota electoral del PSOE, serían la señal de que el sistema funciona. Un mal gobierno es apartado por la sociedad, a través de su participación electoral. Sin embargo, nosotros hemos llamado pantomima a estas elecciones, y lo hemos hecho, porque sabemos que esto no es más que una regulación menor a la que se somete el sistema capitalista, de igual modo que permite una cierta vida sindical, convenientemente adulterada, para ocultar el grado de explotación al que es sometido el trabajador. La realidad es que la democracia liberal, ha articulado un sistema en el que el auténtico dominador de su sociedad, esto es, el capital no vea peligrar su control sobre el hombre. El bipartidismo es el medio de asegurarse su supremacía. PSOE Y PP, no son más que extensiones de su poder, y para el trabajador, para los españoles, no supone ninguna diferencia real, la victoria del uno sobre el otro.

Cuando afirmamos la indiferencia entre ambas formaciones políticas, sin duda muchas de las personas de bien, las llamadas gentes de orden, se indignaran contra nosotros. Este pseudo burgués, aspira como siempre lo ha hecho la burguesía, no ha lograr un estado de bienestar general para la sociedad, sino tan sólo asegurarse de arrebatar la chispa revolucionaria a cualquier ideología con el fin de perpetuar su posición de preeminencia social. Nosotros como joseantonianos, debemos reconocer que así fue con el nacionalsindicalismo falangista, que acabó siendo la máscara de la pantomima de un régimen capitalista.

Incapaz de toda actitud heroica, el burgués, vive en el miedo constante que un cambio, ya sea este para bien o para mal, puede traerle a su situación. Por eso es tan fácil, movilizar a las llamadas clases medias, nueva burguesía del sistema, contra aquello o contra lo otro, pero jamás en favor de algo. Son por su propia esencia son impotentes para el más mínimo acto de entrega o generosidad.

Podemos verlos jaleando en las manifestaciones contra el aborto, indignados de que una niña de 16 años, pueda abortar sin el consentimiento de sus padres, pero no tanto si esa niña tiene 2 años más, o sí como en la Comunidad de Madrid, le ha sido suministrado un abortivo, como la llamada píldora del día después, ya que sus efectos aunque letales para el niño inocente y peligrosos para la propia mujer, son mucho menos evidentes públicamente, y ya sabemos que para la burguesía, la apariencia de normalidad, es suficiente, para considerar deseable una realidad social, por muy enferma que esté por debajo. Por eso, se oponen virulentamente al “matrimonio” homosexual, pero no tienen inconveniente en que se regulen como parejas de hecho, claman indignados contra el terrorismo, pero callan ante el nacionalismo que llaman eufemísticamente moderado, sin el cual no se daría el caldo de cultivo para la existencia del otro. No quieren mezquitas cerca de sus residenciales barrios, pero prefieren ignorar el caballo de Troya que significa la llegada de miles de seguidores de un Islam siempre agresivo en nuestras sociedades.

Reos de esta situación, están la gran mayoría de católicos. Confundidos, participan de este terror colectivo al futuro, aunque el presente ya sea dramático. Convencidos por el liberalismo de que la religión, es un acto personal e íntimo, pretenden vivir la perfección evangélica, de puertas hacia adentro de sus casas. Desde el Concilio Vaticano II, y a pesar del llamamiento continuo de los Santos Padres, los católicos se han replegado de la vida pública, como si defender la verdad que profesamos fuese, de mal gusto, una ofensa, para el que no participa de nuestra fe, ya que la religión no puede imponerse, dicen, tampoco su plasmación social, a través de leyes justas, inspiradas en la Verdad. Debe haber el mismo espacio para la Verdad que para el error, una herejía que desde dicho Concilio parece haberse extendido de forma dramática en la propia Iglesia. En efecto, La Jerarquía, excepto como hemos dicho los Papas, participa en no pocos casos de este herético error, o se muestra acomplejada ante el control que el sistema hace de los medios de comunicación, siendo de lamentar que los pocos medios que parecen escapar de la dictadura del progresismo, unen a la defensa en ocasiones valiente, de ciertos valores religiosos, a la apología del más extremo liberalismo político y económico. Los católicos desconcertados creen encontrar la defensa de sus creencias, en siglas mercenarias del capital, como el PP, y se dicen unos a otros para calmar sus conciencias: es el mal menor, el PSOE es mucho peor… El resultado es que jamás intentamos alcanzar el bien al que como cristianos debemos aspirar, y por nuestra inacción el mal sigue enseñoreándose de nuestras sociedades. Es este catolicismo, siempre acongojado, temeroso de perder la poca influencia social que le resta, no duda en echarse en brazos de cualquiera que aparente defender alguno de sus valores, aunque sea superficialmente y rodeado de la mácula de una ideología liberal y capitalista atroz. El ejemplo más vivo y dramático para nosotros, no hace muchos años, fue ver como se mendigaba lastimosamente el reconocimiento de las raíces cristianas de Europa en la Constitución que se preparaba, como si el reconocimiento de que una vez reinó la fe verdadera en Europa, extirpase como por ensalmo a las actuales sociedades del paganismo que las atenaza ¿no hubiese sido mejor reconocer que estas sociedades no guardan ya apenas ninguna reminiscencia de su pasado católico y convocar a los cristianos a su reconquista? ¿No hubiera sido una afrenta mayor, nombrar a Cristo en este nuevo Sanedrín europeo?

El veneno del capitalismo y el liberalismo, cristalizado en el espíritu burgués, ha arraigado demasiado en el catolicismo social y le lleva a confundir la defensa de los valores y verdades de su fe, con la defensa de una ideología, que no sólo le es ajena, sino que le es contraria, pero que como sanguijuelas se adhiere a él, robándole toda vitalidad. Alzando la bandera de la familia, la patria, la religión o la propiedad, se atraen a los católicos de bien que ven en esos términos, valores, conceptos a los que defender, sin darse cuenta de que el sistema les ha vaciado de todo significado verdadero. Porque no puede haber Patria, mientras se erija sobre la explotación de miles de compatriotas; porque la familia es más que el conjunto de intereses y egoísmos, individuales y colectivos en que el liberalismo la ha convertido; porque no hay auténtica propiedad cuando es el capital, el dinero, el absoluto que le da carta de naturaleza; porque la Buena Nueva de Cristo, no puede ser moneda de cambio entre los mercaderes del templo.

Por todo esto, porque nosotros como joseantonianos somos revolucionarios y aspiramos a cambiar radicalmente la realidad social que nos ha tocado padecer. Nos rebelamos contra esta dictadura del mal menor, que lo único que asegura es la pervivencia del mal, del abuso del hombre sobre el hombre, de la relegación del hombre a mero instrumento de la economía, de un materialismo feroz y criminal que intenta arrebatarnos lo más consustancial al hombre, su realidad espiritual, la conciencia de ser unidad de cuerpo y alma, con una vocación de eternidad.

Por ello, porque creemos que la verdad debe ser piedra angular sobre la que edificar las sociedades, porque creemos que el hombre debe reverenciar a Dios no sólo privadamente sino públicamente, y que el Estado debe defender y ampara la verdad como medio fundamental de asegurar la higiene social, jamás cederemos ante los dictados del miedo y continuaremos solos si es preciso alzando la bandera de la verdadera revolución.


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