DISCURSO Y PALABRAS PRONUNCIADAS EN DON BENITO (BADAJOZ) EL DIA 28 DE ABRIL DE
1935.

Nosotros no queremos que triunfe un partido ni una clase sobre los demás;
queremos que triunfe España como una unidad, con una empresa futura que realizar
en la que se fundan todas las voluntades individuales.
Esto hemos de conseguirlo aun a costa de los mayores sacrificios, pues es mil
veces preferible caer en servicio de tal empresa que llevar una vida lánguida,
falta de ideal, sin otra meta ni ambición que llegar al día de mañana.
La vida sólo merece vivirse cuando en ella se realiza, o al menos se intenta,
una obra gigante, y nosotros no comprendemos otra mejor que la de crear la nueva
España.
(Palabras pronunciadas por José Antonio en Don Benito, después del mitin, a
unas camaradas)
Habeis querido, mujeres extremeñas, venir a acompañarnos en nuestra
despedida. Y acaso no sabéis toda la profunda afinidad que hay entre la mujer y
la Falange. Ningún otro partido podréis entender mejor, precisamente porque en
la Falange no acostumbramos usar ni la galantería ni el feminismo.
La galantería no era otra cosa que una estafa para la mujer. Se la sobornaba
con unos cuantos piropos, para arrinconarla en una privación de todas las
consideraciones senas. Se la distraía con un jarabe de palabras, se la cultivaba
una supuesta estúpida, para relegarla a un papel frívolo y decorativo. Nosotros
sabemos hasta dónde cala la misión entrañable de la mujer, y nos guardaremos muy
bien de tratarla nunca como tonta destinataria de piropos.
Tampoco somos feministas. No entendemos que la manera de respetar a la mujer
consista en sustraerla a su magnifico destino y entregarla a funciones
varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejercicios de
hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad donde lleva –entre la
morbosa complacencia de los competidores masculinos– todas las de perder. El
verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las
funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor
dignidad humana y social a las funciones femeninas.
Pero por lo mismo que no somos ni galantes ni feministas, he aquí que es, sin
duda, nuestro movimiento aquel que en cierto aspecto esencial asume mejor un
sentido femenino de la existencia. No esperaríais, sin duda, esta declaración de
boca de quien manda –inferior en esto a cuantos le obedecen– tantas filas
magníficas de muchachos varoniles.
Los movimientos espirituales del individuo o de la multitud responden siempre
a una de estas dos palancas: el egoísmo y la abnegación. El egoísmo busca el
logro directo de las satisfacciones sensuales; la abnegación renuncia a las
satisfacciones sensuales en homenaje a un orden superior. Pues bien: si hubiera
que asignar a los sexos una primacía en la sujeción a esas dos palancas, es
evidente que la del egoísmo correspondería al hombre y la de la abnegación a la
mujer. El hombre –siento, muchachas, contribuir con esta confesión a rebajar un
poco el pedestal donde acaso lo teníais puesto– es torrencialmente egoísta; en
cambio, la mujer casi siempre acepta una vida de sumisión, de servicio, de
ofrenda abnegada a una tarea.
La Falange también es así. Los que militamos en ella tenemos que renunciar a
las comodidades, al descanso, incluso a amistades antiguas y a afectos muy
hondos. Tenemos que tener nuestra carne dispuesta a la desgarradura de las
heridas. Tenemos que contar con la muerte –bien nos lo enseñaron bastantes de
nuestros mejores– como un acto de servicio. Y, lo que es peor de todo, tenemos
que ir de sitio en sitio desgañitándonos, en medio de la deformación, de la
interpretación torcida, del egoísmo indiferente, de la hostilidad de quienes no
nos entienden, y porque no nos entienden nos odian, y del agravio de quienes nos
suponen servidores de miras ocultas o simuladores de inquietudes auténticas. Así
es la Falange. Y como si se hubiera operado un milagro, cuanto menos puede
esperar en ella el egoísmo, mas crece y se multiplica. Por cada uno que cae,
heroico; por cada uno que deserta, acobardado, surgen diez, ciento, quinientos,
para ocupar el sitio.
Ved, mujeres, cómo hemos hecho virtud capital de una virtud, la abnegación,
que es, sobre todo, vuestra. Ojalá lleguemos en ella a tanta altura, ojalá
lleguemos a ser en esto tan femeninos, que algún día podáis de veras
consideramos ¡hombres!
OBRAS COMPLETAS.
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