La
prensa se retrata y lo hace al lado del poder, como el votante que, además de
entregar su voto al líder venerado, busca su autógrafo y su foto con él; pero
con algún matiz, con alguna diferencia. El periódico, o mejor, el grupo
editorial de éste le busca además la cartera; y se la encuentra. ¡Cómo que se
la encuentra! y ¡de qué modo! Nada más tiene que lanzar el botafumeiro al aire
y ahorrarle toda crítica al tal líder y su partido; aunque estén llevando a
cabo la política más desastrosa o le haya dado la vuelta como un calcetín
maloliente a su programa electoral y les llegue la corrupción a la mayor altura
del labio inferior a punto de entrar en la boca y ser asfixiado por un torrente
de bosta.
Este
es el panorama nacional de la prensa española donde los periodistas que quedan
en la redacciones –han sido despedidos unos seis mil en estos años- chapotean
en el cenagal de la cobarde censura de sus propios directores y la pringosa
trama de intereses creados entre empresarios periodísticos y políticos
mediocres, insolventes y de profesión sus haberes dinerarios. La insensatez de
todos ellos, la ceguera que impone la venda de sus pactos a los ojos ciudadanos
no es suficiente para tapar los nefandos hechos y la realidad calamitosa, moral
y económica, en que vive esta nación.
Podrá
arreglarse la economía, ya veremos, pero lo que tiene muy mal arreglo son los
desgarros del ser de España que la villanía de una casta política ha consentido
a otra casta local, de la misma calaña, taifeña y como tal, minoritaria, a
costa del cuerpo del primer Estado nacional que ha vertebrado a esa nación en
la modernidad histórica durante quinientos años.
El
espectáculo es tan ruin que si no fuera tan trágico haría de sus actores los
más conspicuos representantes del carnaval y la truhanería. Esto va más allá de
la chirigota, tan de actualidad. Por desgracia el público de tal espectáculo,
la comunidad nacional, vive esa tragedia con una angustia silenciosa y
contenida; a tal extremo que parece sedada, que no es consciente o no quiere
serlo por el miedo que le produce su propia cobardía.
A
todo esto, la prensa, el tan cacareado cuarto poder de los tiempos modernos, no
pasa de ser un tigre de papel que lleva en uno de los lomos el siguiente lema:
“Vendido al mejor postor”, y el otro, “Estamos en subasta, para el que más
ponga”.
A
esto abocan las crisis y su engendrador, el capitalismo. La libertad, ese “leiv
motiv” del sistema democrático, acaba así en un señuelo para tontos votantes de
votos cautivos. ¡Ah!, la libertad. Desde luego, el capitalismo, mucho más
inteligente que el comunismo, que la guillotina al primer grito de aquélla,
tiene muy claros y medidos sus límites, el “hasta aquí hemos llegado”. Cuando
el pueblo, sedicente propietario de la soberanía nacional, comienza a descubrir
en torno a la urnas el montaje escénico de tipos llegados al liderazgo por
pactos y dedazos, no por su valer intrínseco; por partidos políticos, nutridos
por una masa de mentecatos, por financieros, sagaces pescadores en el inmenso
río revuelto de la política, y por la demás ralea pseudodemocrática, la tramoya
pierde fuerza y eficacia; entonces a ese pretendido cuarto poder de papel que
se ha atrevido a abrirle camino a la libertad a través de la palabra, hay que
yugularlo. “Pues sólo faltaba. Fuera éste, a la calle aquél. A ver, qué vengan
esos domesticados, que están a la espera de cumplir sus ralas ambiciones. He
aquí el dictado con el que hay que escribir y se ha de seguir. Ponte a ello y
calla, segundón, y de lo que antes escribiste por tu cuenta, ahora ya ni te
acuerdes porque lo mando yo”.
La
prensa, en general, es hoy, no sé si ha dejado de serlo alguna vez, el trono en
que se asienta la mentira, muchas veces la calumnia, y siempre la permanente
vía abierta al ostracismo de la verdad. Decir lo que se siente y sentir lo que
se dice son muy pocos los que están dispuestos a mantenerlo como un principio
de vida. No sentir lo que se dice y decir lo que no se siente tiene menos
riesgos que mantener la verdad contra viento y marea. Así que cada cual elija
entre el honor y la villanía.
El
tinglado de la gran farsa ha de continuar; sin testigos incómodos. Algunas experiencias
propias avalan lo que digo.
¡Silencio!,
la imprenta, molturadora de pensamientos y máquina de amasar, está masando
cerebros para hacer un pan como unas…
Dudo
que, con ese estado latente de rabia y tensión, España no acabe a ellas, según
el vulgar dicho de las gentes.
Por Pedro Conde Soladana en elmunicipio.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario