viernes, 12 de octubre de 2012

Opiniones de algunos históricos intelectuales españoles acerca de la conquista y evangelización de América.




En el año 1921 se publicó España invertebrada, uno de los ensayos más conocidos del filósofo español José Ortega y Gasset. A lo largo de la mencionada obra, Ortega señalaba los males de España (separatismos regionales, particularismo de las clases sociales y ausencia de una minoría dirigente con un proyecto político de futuro), pero realizando alguna ocasional reflexión sobre la Historia para tratar de encontrar en el pasado la razón de los males de su tiempo. Como curiosidad, en mitad de sus reflexiones, dejó las siguientes líneas sobre la llegada de los españoles a América a finales del siglo XV:
 
Con el primer siglo de unidad peninsular coincide el comienzo de la colonización americana. Aún no sabemos lo que substancialmente fue este maravilloso acontecimiento. Yo no conozco ni siquiera un intento de reconstruir sus caracteres esenciales. La poca atención que se le ha dedicado fue absorbida por la Conquista, que es sólo su preludio. Pero lo importante, lo maravilloso, no fue la Conquista (sin que yo pretenda mermar a ésta su dramática gracia); lo importante, lo maravilloso fue la colonización. A pesar de nuestra ignorancia sobre ella, nadie puede negar sus dimensiones como hecho histórico de alta cuantía. Para mí, es evidente que se trata de lo único verdadera, substantivamente grande que ha hecho España. ¡Cosa peregrina! Basta acercarse un poco al gigantesco suceso, aun renunciando a perescrutar su fondo secreto, para advertir que la colonización española de América fue una obra popular.
(…)
 
La colonización inglesa fue la acción reflexiva de minorías, bien en consorcios económicos, bien por secesión de un grupo selecto que busca tierras donde servir mejor a Dios. En la española, es el “pueblo” quien directamente, sin propósitos conscientes, sin directores, sin táctica deliberada, engendra a otros pueblos. Grandeza y miseria de nuestra colonización vienen ambas de aquí. Nuestro “pueblo”hizo todo lo que tenía que hacer: pobló, cultivó, cantó, gimió, amó. Pero no podía dar a las naciones que engendraba lo que no tenía: disciplina superior, cultura vivaz, civilización progresiva.
 
Creo que ahora se entenderá mejor lo que antes he dicho: en España lo ha hecho todo el “pueblo” y lo que no ha hecho el “pueblo” se ha quedado sin hacer”.
 
A la postura pesimista de Ortega y Gasset, en cambio, se oponía la visión que el tradicionalista Ramiro de Maeztu expuso en su obra Defensa de la Hispanidad en el año 1934, de la que publicamos a continuación el capítulo “La España misionera, una obra incomparable”:
 
No hay en la Historia universal obra comparable a la realizada por España, porque hemos incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que estuvieron bajo nuestra influencia. Verdad que en estos dos siglos de enajenación hemos olvidado la significación de nuestra Historia y el valor de lo que en ella hemos realizado, para creernos una raza inferior y secundaria. En el siglo XVII, en cambio, nos dábamos plena cuenta de la trascendencia de nuestra obra; no había entonces español educado que no tuviera conciencia de ser España la nueva Roma y el Israel cristiano. De ello dan testimonio estas palabras de Solórzano Pereira en su Política indiana:
 
"Si, según sentencia de Aristóteles, sólo el hallar o descubrir algún arte, ya liberal o mecánica, o alguna piedra, planta u otra cosa, que pueda ser de uso y servicio a los hombres, les debe granjear alabanza, ¿de qué gloria no serán dignos los que han descubierto un mundo en que se hallan y encierran tan innumerable grandezas? Y no es menos estimable el beneficio de este mismo descubrimiento habido respecto al propio mundo nuevo, sino de antes muchos mayores quilates, pues además de la luz de la fe que dimos a sus habitantes, de que luego diré, les hemos puesto en vida sociable y política, desterrando su barbarismo, trocando en humanas sus costumbres ferinas y comunicándoles tantas cosas tan provechosas y necesarias como se les han llevado de nuestro orbe, y, enseñándoles la verdadera cultura de la tierra, edificar casas, juntarse en pueblos, leer y escribir y otras muchas artes de que antes totalmente estaban ajenos".
 
Pero todavía hicimos más y no tan sólo España (porque aquí debo decir que su obra ha sido continuada por todos los pueblos hispánicos de América, por todos los pueblos que constituyen la Hispanidad):no sólo hemos llevado la civilización a otras razas sino algo que vale más que la misma civilización, y es la conciencia de su unidad moral con nosotros; es decir, la conciencia de la unidad moral del género humano, gracias a la cual ha sido posible que todos o casi todos los pueblos hispánicos de América hayan tenido alguna vez por gobernantes, por caudillos, por poetas, por directores, a hombres de raza de color o mestizos. Y no es esto sólo. Un brasileño eminente, el Dr. Oliveira Lima, cree que en los pueblos hispánicos se está formando una unidad de raza gracias a una fusión, en que los elementos inferiores acabarán bien pronto por desaparecer, absorbidos por el elemento superior, y así ha podido encararse con los Estados Unidos de la América del Norte para decirles:
 
"Cuando entre nosotros ya no haya mestizos, cuando la sangre negra o india se haya diluido en la sangre europea, que en tiempos pasados y no muy distantes, fuerza es recordarlo, recibió contingentes bereberes, númidas, tártaros y de otras procedencias, vosotros no dejaréis de conservar indefinidamente dentro de vuestras fronteras grupos de población irreductible, de color diverso y hostiles de sentimientos".
 
No garantizo el acierto de Oliveira Lima en esta profecía. Es posible que se produzca la unidad de las razas que hay en América; es posible también que no se produzca. Pero lo esencial y más importante es que ya se ha producido la unidad del espíritu, y esta es la obra de España en general y de sus Órdenes Religiosas particularmente; mejor dicho, la obra conjunta de España: de sus reyes, obispos, legisladores, magistrados, soldados y encomenderos, sacerdotes y seglares...; pero en la que el puesto de honor corresponde a las Órdenes Religiosas, porque desde el primer día de la Conquista aparecen los frailes en América.
 
Ya en 1510 nos encontramos en la Isla Española con P. Bernardo de Santo Domingo, preocupados de la tarea de recordar, desde sus primeros sermones, que en el testamento de Isabel la Católica se decía que el principal fin de la pacificación de las Indias no consistía sino en la evangelización de sus habitantes, para lo cual recomendaba ella, al Rey, su marido, D. Fernando, y a sus descendientes, que se les diera el mejor trato. También aducían la bula de Alejandro VI, en la cual, al concederse a España los dominios de las tierras de Occidente y Mediodía, se especificaba que era con la condición de instruir a los naturales en la fe y buenas costumbres. Y fue la acción constante de las Órdenes Religiosas la que redujo a los límites de justicia la misma codicia de los encomenderos y la prepotencia de los virreyes.
 
La piedad de estos primeros frailes dominicos fue la que suscitó la vocación en Fr. Bartolomé de Las Casas y le hizo profesar en la Orden de Santo Domingo, hasta convertirle después en el apóstol de los indios y en su defensor, con una caridad tan arrebatada, que no paraba mientes en abultar, agrandar y exagerar las crueldades inevitables a la conquista y en exagerar también las dulzuras y bondades de los indios, con lo cual nos hizo un flaco servicio a los españoles, pues fue el originador de la Leyenda Negra; pero, al mismo tiempo, el inspirador de aquella reforma de las leyes de Indias, a la cual se debe la incorporación de las razas indígenas a la civilización cristiana”.
 
En una línea similar a la de Ramiro de Maeztu se movió José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española y nuestro principal referente ideológico. En la primera norma programática de la Falange, publicada a finales del año 1933, figuraba la siguiente declaración en el apartado de la cuestión religiosa que no dejaba lugar a dudas acerca de cuál era la postura que el movimiento falangista mantendría respecto al catolicismo, la hispanidad y su inseparable vínculo: “La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es además, históricamente, la española. Por su sentido de catolicidad, de universalidad, ganó España al mar y a la barbarie continentes desconocidos. Los ganó para incorporar a quienes los habitaban a una empresa universal de salvación”.
 
Pocos meses después, el 4 de febrero de 1934, durante un discurso pronunciado en Cáceres , era José Antonio en persona y ante el público quien recordaba a los españoles que “España fue a América no por plata, sino a decirles a los indios que todos eran hermanos, lo mismo los blancos que los negros, todos, puesto que siglos antes, en otras tierras lejanas, un Mártir había derramado su sangre en el sacrificio para que esa sangre estableciera el amor y la hermandad entre los hombres de la tierra”.
 
Por desgracia para los españoles, hoy en día muchas personas desconocen el significado del 12 de octubre, un día que algunos únicamente valoran por ser festivo pero que encierra un significado muchísimo más profundo. Una nación recién unificada, forjada a base de luchar durante siglos contra una concepción del mundo extranjera y oriental, descubrió un continente dominado por pueblos oscuros que oprimían, esclavizaban y sacrificaban a las tribus que habitaban en su área de influencia y que recibieron a los conquistadores y misioneros españoles con los brazos abiertos, conscientes de que las cruces y los aceros de esos hombres diferentes a ellos significaban el final de la antiquísima esclavitud que venían sufriendo desde tiempo atrás.
 
La Hispanidad, desde aquel remoto 12 de octubre de 1492, marcó efectivamente la unidad espiritual de los pueblos peninsulares de España y Portugal y de los habitantes del otro lado del Atlántico en los territorios americanos. Por eso, recomendamos vivamente la lectura de todos aquellos visionarios españoles que en algún momento trataran, de una manera limpia y sin tergiversaciones, aquel episodio histórico tan poco valorado como es la conquista y la evangelización de América por los españoles.
 
 

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