lunes, 13 de febrero de 2012

La familia falangista.





Por Jorge Juan Perales.


Supongamos que la familia falangista está compuesta por un padre (José Antonio), por una madre (La falange) y por unos hijos (los falangistas).

El padre muere “legalmente asesinado”. La madre desde entonces es objeto de todo tipo de presiones, manipulaciones, engaños, falsificaciones y adulaciones interesadas. La madre no puede mantener la unidad de la familia, ve morir a muchos de sus hijos, otros la traicionan, algunos la abandonan a su suerte buscando otra madre, otros la piden la herencia del padre creyéndose ya mayores, muchos de ellos la entregan prostituyéndola a otros hombres, otros la arrastran a confundirse con malas compañías que el padre ya había advertido que no eran de su agrado y alertando de sus peligros, unos poquitos permanecen fieles al padre e intentan proteger y ayudar a la madre en su tarea de mantener la memoria del padre intacta, defender su pensamiento, administrar bien la herencia y buscar con esperanza la UNIDAD DE LA FAMILIA.

Recordamos aquí la fábula de Edipo: El oráculo le comunicó a Edipo que mataría a su padre y después a su madre. Edipo “soñaba”, como infinidad de humanos, con la muerte del padre y la cópula sexual con la madre, (el poder sobre ella, “poseerla” como creia que lo hacia el padre). La rivalidad entre hermanos, los celos cainitas familiares, se dan por esta razón, no querer compartir a la madre con nadie, ni siquiera con el padre, aunque este muerto, desean en el fondo ser el padre, ser elegido por la madre y para ello interiorizan la personalidad del padre con quien mantienen una relación más o menos simbólica de amor-odio.

El sueño o el deseo inconsciente de ser el padre, nos lleva a su mitificación. El “ausente” término peligroso que deja abierta la posibilidad de la vuelta, del regreso, también de abandono, hace que los hijos y la viuda no hagan el duelo necesario para posicionarse en el presente como seres maduros para hacer frente a las contingencias de la vida sin él, aceptando la responsabilidad de sí mismo, encontrándose con su identidad de un yo libre. En tiempos de guerra la mitificación del héroe, del Jefe muerto, manteniendo la esperanza simbólica de su vuelta, funciona como fuerza motivadora colectiva para mantener alta la moral del combatiente. En tiempos de paz es una estrategia o un autoengaño que imposibilita hacer frente a la realidad y asumir la responsabilidad de vivir sin él, de ser adultos libres y pensar autónomamente.

Aquellos que muerto el padre lo sustituyen por otro están inconscientemente abandonando a la madre, son de alguna manera adúlteros, apartándose de sus hermanos o entregándoselos al nuevo progenitor sustituto, a los que por todos los medios intentan que se alejen de la madre e intentan ofrecérsela al nuevo padre, mitigando así su sentimiento de culpa. Gran número de hijos de la Falange fueron y son adúlteros simbólicos, traicionando a la madre en su condición de hijos que actúan como si fueran el padre. ¡Cómo se pudo creer que el general vencedor de la guerra iba a cumplir la doctrina de José Antonio!!Cómo se pudo esperar que los que abandonaron al padre y lo sustituyeron por otro fueran a reconocer su error volviendo a renegar del nuevo padre! La infidelidad les hace difícilmente creíbles ante los hermanos que permanecen fieles.

O eres mía o de nadie, dice el inmaduro Edipo, si no me quieres a mí como al padre o si prefieres a uno de mis hermanos, prefiero destruirte antes que compartirte. Edipo termina siempre matando simbólicamente, a veces realmente, a la madre que nunca puede satisfacer sus deseos. Cuantos más hijos edípicos tiene una madre, habrá más destrucción, más desunión, más rupturas familiares, más celos entre hermanos, más envidias ocultas, más falsas mitificaciones del padre, más odio enmascarado en amor sin valor, más imitadores de Judas, más clones de Caín, provocando la muerte simbólica y muchas veces real de la madre, para los falangistas la Falange.

Cuando una madre tiene hijos, que por circunstancias diversas no han conocido al padre o no quieren o les da miedo saber quién fue o como pensaba, que valores tenia o por qué y en que circunstancia murió, pretenderán que la madre no le transmita la ley del padre, intentarán transformarla en otro ser desligado de las ideas y de las vivencias del padre, condición de los hijos para quererla, puesto que no pueden soportar la memoria del “Ausente”que les pone en la diyuntiva de aceptar su ley o rebelarse o transgredirla. Es otra forma edípica de matar al padre y a la madre. Existen falangistas que han actuado o actúan así o estamos actuando, con la Falange y con José Antonio.

Las hijas, las hijas madres, las hermanas adultas que guardan en su ser más íntimo el amor al padre, la fidelidad al hombre que aman, entienden mucho mejor que los varones a la madre en su misión asumida del cuidado de los hijos, procurando la unidad familiar, teniendo presente la memoria de la ley del padre. ¿Dónde están las mujeres falangistas? ha llegado su hora, toda mi esperanza en ellas. ¡Cuánto quería José Antonio a las mujeres! ¡Qué importantes fueron en su vida! ¡Qué necesaria son ahora que la Falange, la madre, ya agotada, hace un llamamiento final para la unidad familiar! Existen hijos, a veces muchos hijos, que se van lejos, muy lejos, incluso negando ser hijos de su madre, decepcionados, algunos resentidos, agotados de luchas estériles, desvinculándose de todo compromiso con ella y con sus hermanos. Pueden ser acusados de abandonar a la madre, pero su vuelta, su experiencia adquirida, su compromiso personal con la ley del padre les obliga al reencuentro con la madre y sus hermanos para restablecer la unidad familiar como fidelidad a ellos mismos y recuperar su identidad recordándole la pertenencia a su familia ideológica. Cuántos falangistas son llamados a este reencuentro. Cuántos se percatan de la agonía familiar, del sufrimiento de la madre que ve cómo va extinguiéndose la familia. Quizá son ahora los que con su vuelta, con el reencuentro con los hermanos, aportando todos lo mejor de ellos mismos puedan, todos juntos, hacer posible los deseos del padre.Deberíamos contestarnos cada uno de nosotros a estas u otras preguntas semejantes. ¿Qué nos impide a los hijos de la Falange, unirnos para cumplir la ley (la doctrina) de José Antonio, como hijos maduros y responsables que han asumido su Ausencia (muerte) para siempre? ¿Qué nos impide sentirnos hermanos para defender a la madre y reconocer la ley del padre? ¿Qué nos impide aceptar plenamente nuestra identidad y mostrar unidos muy orgullosos a la madre? ¿Por qué inconscientemente buscamos la destrucción, la desaparición de nuestra madre la Falange y traicionamos la memoria del padre (José Antonio) culpándonos los unos a los otros? ¿Por qué rivalizamos entre nosotros creyéndonos cada uno el mejor de los hijos?

Si no hacemos el duelo de la muerte del padre y asumimos su ausencia eterna en esta vida terrenal y no aceptamos conscientemente que nosotros somos el padre transmisor de su ley, pero padres maduros porque hemos sido y somos hijos que hemos superado el conflicto edípico, que amamos a la madre sin posesión, compartiéndola con nuestros hermanos, a los que reconocemos y queremos, mostrándola orgullosos a los otros para que también reciban todo lo bueno que a nosotros nos ha dado y nos da, compartiéndola con los demás para mayor felicidad de todos y defendiéndola de todos aquellos que pretendan causarle daño, dolor, marginación, humillación, vejación o maltrato. Si no hacemos esto nuestra familia irremediablemente desaparecerá.

Somos falangistas, reconocemos a la Falange como nuestra madre ideológica y a José Antonio como padre de esa ideología en quién reside la ley. Somos una familia abierta a nuestros compatriotas y al mundo. Solo unidos como hermanos fieles a la ley del padre y reunidos en el seno de la Falange, podemos cumplir la misión que la ideología falangista nos propone. Todos, colectiva y personalmente, somos responsables de nuestro fracaso o de nuestro éxito. No busquemos culpables fuera.

La recuperación de la familia Falangista pasa por cumplir el testamento del padre, entenderlo y asumir su voluntad. Si cada falangista, en esta hora en la que todos intuimos que estamos en un momento crítico, en el que la Falange de José Antonio se debate entre la vida y la muerte, no somos capaces de dar la única medicina posible de salvación, LA UNIDAD DE DOCTRINA, LA UNIDAD DE ORGANIZACIÓN Y LA UNIDAD DE ACCIÓN, si cada falangista comienza, comenzamos entre nosotros a aplicar las palabras de José Antonio en su testamento “Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico”, habremos superado nuestra fase edípica y ya adultos podremos dedicar nuestras energías a edificar la nueva sociedad joseantoniana. Yo asumo estas palabras como mías y os la dedico a vosotros hermanos falangistas. Solo perdona el que tiene capacidad de amar y ama. José Antonio fue un ejemplo de ello. Toda reconciliación necesita de un perdón previo para ser cierta y duradera.



1 comentario:

Joaquín Fernández dijo...

Ejemplar escrito que pone el dedo el la llaga, no para causar dolor, sino para tratar de cerrarla y curarla.
Solo es necesario que toque el entendimiento de los distintos responsables. La "tropa" estoy seguro que, la mayoría, seguirá el rumbo que los jefes indiquen.
Volver al hogar materno y reemprender la tarea de la unidad. Lo necesitamos más que nunca.
No será fácil, pero ninguna empresa importante lo es.

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