martes, 20 de septiembre de 2011

Sosiego en los rincones.



Por Jesús Zarco.

En el vetusto estanque destaca sobre los demás un nenúfar violeta que, anclado al fondo del agua, recibe la visita diaria de una libélula. Cuando más aprieta la canícula, la libélula azulada revolotea nerviosa sobre un manto arcoíris de nenúfares, para finalmente confundirse, suspendida y ociosa, al lado de su predilecta y acuática compañera. No se mueve una brizna de aire, y el fino chorro del surtidor de la fuente cae a plomo en delgadas gotas sobre las brillantes hojas de las plantas, emitiendo dulces susurros que solazan la mañana. Y de ahí las gotas rotas en rumor sordo hasta descansar calmadas junto al resto del agua.

La tupida sombra de un enorme cedro cobija de los dardos ardientes a la fuente y al estanque, donde chochines y jilgueros se refrescan en una zambra de trinos y en un jolgorio de aleteos sobre la superficie cristalina del agua, despertando poesía al oído y excelencia para el alma. El lugar está en calma, preñado de olores y aromas de excelsas fragancias, que convierten el recinto en un paraíso armonioso que disfrutan por igual los hombres, las aves y las plantas.

A los pies del cedro parte un sendero de arena fina, que está escoltado por frondosas catalpas, cuyas ramas cubren, hermanados los brazos, del cielo las pisadas de personas tranquilas que saben sacar partido a la belleza sosegada. Al fondo hay, cerrando el camino, un enhiesto ciprés que proyecta contra el suelo su esbelta sombra alargada, sombra que gira incansable al ritmo que le marca el tañer de las campanas, hasta dibujar en la tierra un círculo infinito que se une e inicia en el preciso instante en que se acaba. Campanas que cuelgan de las torres de la pétrea mole berroqueña que impone un color plomizo al horizonte, al que contemplo desde aquí sentado, donde el universo y uno mismo parecen estar consigo en calma. En un lugar por el que han pasado los siglos, los príncipes y sus damas. Jardines por los que ahora pasean gentes en busca del preciado silencio, tan escaso por desgracia. Estoy en los jardines de la Casita de Arriba, en cualquier día, en cualquier mañana.

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