“Entonces, tú, que ahora formas tu espíritu en la Universidad bajo el sueño de una España mejor, ¿por qué arriesgarías con gusto la vida? ¿Por un libelo en que se llamara a Azaña invertido y ladrones a los ex ministros socialistas? ¿Por un semanario en que quisiéramos tender las líneas del futuro con el lenguaje pobre, desmayado, inexpresivo y corto de cualquier prospecto anunciador?
Es posible que si escribiéramos así nos entendiera más gente desde el principio. Acaso, también, nos fuera fácil remover provechosos escándalos. Pero entonces hubiéramos vendido, por un plato de éxito fácil, nada menos que la gloria de nuestro empeño”.
Con las palabras anteriores respondía José Antonio Primo de Rivera a las quejas de un estudiante universitario que protestaba porque la Falange no respondiera en la prensa escrita a sus opositores de lo misma manera que hacían estos con sus adversarios.
Con las palabras anteriores respondía José Antonio Primo de Rivera a las quejas de un estudiante universitario que protestaba porque la Falange no respondiera en la prensa escrita a sus opositores de lo misma manera que hacían estos con sus adversarios.
En su tono y estilo habituales, José Antonio le respondía con una mentalidad muy orteguiana y le mostraba la diferencia entre la populista política hecha para agradar a las masas de españoles ignorantes y la metapolítica de valores que aspiraba a llevar una cabo una revolución que cambiara la sociedad y la visión del mundo en lugar de sustituir el poder de un partido por el de otro. Dos posiciones totalmente opuestas a la hora de ver el mundo que nos rodea.
La política populista es aquella que se basa en agradar a las masas. La consecuencia principal de este tipo de política es el encumbramiento y la entrega del poder a individuos mediocres cuyo mayor logro es el de haberse convertido en la piraña más gorda del acuario que es su partido político. El sistema político populista por excelencia es el de la partidocracia que afirma representar las tendencias políticas de la sociedad y defender sus intereses frente al resto de fuerzas similares..
Por el contrario, la metapolítica de valores aspira a desmontar lo realizado por sus opositores y a implantar su concepción vital, estableciendo un sistema en el que una minoría preparada se hará cargo de mantener la sociedad creada. Esta concepción abarca a toda la sociedad y no se conforma con tratar de dar respuesta a problemas ocasionales.
¿Cuál es la gran diferencia entre estos dos sistemas descritos? Absolutamente todo, pero lo principal sería el papel de la masa.
En el sistema populista, la masa se niega a acatar su deber de obediencia a la minoría mejor preparada. Ortega lo achacaba a la envidia que los hombres vulgares sienten hacia aquellos mejor dotados que ellos para ejercer su labor. Las teorías de Ortega explicarían el hecho de que los mediocres copen cargos de importancia; obviamente, la masa ignorante les votará a ellos al verse reflejada. Además, como si todo eso no fuera bastante, el sistema populista de masas considera ofensiva la existencia de diferencias entre personas, imponiendo un injusto igualitarismo al serle insoportable la idea de aceptar que alguien esté más capacitado que el resto para estar en un determinado puesto. ¿Es que acaso todos somos iguales? ¡No! ¡Por mucho que se empeñen, hombres y mujeres no somos iguales, y más cuando ni entre los propios hombres somos iguales! ¿Es que acaso yo soy igual que un drogadicto que lo único que ha leído en su vida es el horario de la parada de un autobús? ¿Es que acaso puedo considerarme igual a un atleta capaz de correr dos horas seguidas en el más dificultoso de los terrenos? Cada uno somos cómo la vida y nuestras circunstancias nos han modelado y debemos aceptarlo y tratar de aportar lo que podamos a la sociedad a la que pertenecemos.
Frente a estos injustos igualitarismos, que nos igualan a todos por lo bajo y en lo malo, un sistema metapolítico propone una sociedad gobernada por una minoría formada por lo mejor preparados. ¿Y esos quiénes son? Personalmente, considero que los mejor preparados deben ser aquellos con unas inquietudes políticas, sociales y culturales totalmente opuestas a la sociedad decadente actual. Debido a eso, esa minoría siempre será mirada con resentimiento y desconfianza. Pero hasta que masa y minoría no ocupen el lugar que les corresponde, continuaremos sin tener una sociedad completamente sana socialmente.
Por supuesto, a la masa de ignorantes les desagrada sumamente escuchar hablar de estas cosas. Rápidamente acuden al lenguaje psicológico y manipulador, utilizando términos como “darwinista social” y “elitista” para descalificar a quienes poseen un pensamiento meritocrático. Pues bien, yo les responderé diciendo que son unos “aristofobos” en el sentido auténtico de la palabra (aristocracia significa gobierno de los mejor preparados) y que la mejor manera de ordenar la sociedad es mediante una mentalidad en la que el individuo demuestre merecer su puesto en la escala social con sus logros personales.
Pero la ignorancia de las masas no acaba ahí. Frecuentemente acusa de “adinerados” a quienes proponen semejantes sistemas. Al contrario de lo que se piensan, un adinerado no lo tendría fácil en un sistema meritocrático. A la hora de demostrar lo que vale, una persona de ese origen tendría que esforzarse más que otros para acallar las malas lenguas que le acusaran de conseguir sus objetivos gracias a su patrimonio o el de su familia.
Relacionado con esto está el “darwinismo social”. Muchos consideran esta expresión cómo “la defensa de que los ricos son ricos porque son mejores que los demás”. Esto es absurdo; ya que, como podemos ver en el punto 24 del original ideario de Falange Española, un verdadero meritocrático defendería esto: “La cultura se organizará en forma que no malogre ningún talento por falta de medios económicos. Todos los que lo merezcan tendrán fácil acceso incluso a los estudios superiores”.
Una vez se haya expuesto todo esto, el igualitarista seguirá mirando con desconfianza y odio al meritocrático. Y, no conforme con decir que lo que propone es una farsa y es mentira, el igualitarista dirá que una minoría de hombres acaba corrompiéndose con el tiempo e imponiendo una tiranía a sus semejantes. Nuevamente, el ladrón se cree que todos son de su condición; y el hombre masa, acomplejado y envidioso de las mejores aptitudes de su compatriota, le acusará de actuar cómo lo haría el igualitarista de llegar al poder.
Espero que esto quede bien claro: el pertenecer a esa minoría selecta y mejor preparada significaría que se es poseedor de un carácter noble de espíritu e incorruptible. Un avaricioso, por muy bien estadista u orador que sea, jamás podría llegar a ser de la minoría, sino que sería un miembro destacado de la masa. Para pertenecer a la minoría, se ha de ser miembro de la poesía que promete. La poesía que destruye, la que nunca aporta nada bueno a ninguna sociedad, es propiedad patentada en exclusiva por la masa.
¿Me considero un miembro más de la minoría? No. Tan sólo soy un aspirante a ingresar en ella. ¿Espero conseguirlo algún día? No lo sé. Mi lucha particular contra el Sistema no se decidirá en un día ni en una fecha exacta. Únicamente la perspectiva del tiempo podrá decir si seré un digno miembro de la minoría o uno más de la masa.
Hasta la llegada de ese día, dedicaré el tiempo que tenga disponible a denunciar las actitudes de la masa y a ensalzar a las doctrinas que aspiren a derrocar el imperio del igualitarismo. Y es que, como le decía José Antonio a aquel muchacho, si fuéramos como ellos estaríamos vendiendo la gloria de nuestro empeño.
Artículo de Gabriel García para Amanecer Sindicalista.
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