En el Consejo de Guerra, y ante una sala de los juzgados militares de la calle del Reloj completamente abarrotada, Román explicaría los motivos de su conducta. «Fui al Valle de los Caídos porque para los falangistas todo lo de José Antonio es como un imán; hay que ir. Con mi grito quise protestar ante la Falange oficial, porque no cumple… Están aburguesados y son pancistas. Y por eso se lo dije al Jefe Nacional. Le llamé traidor porque no cumple con lo que la Falange prometía. La Falange está traicionando su doctrina …»
Para el abogado Martín Fernández, la actuación de Román Alonso Urdiales tenía que verse «desde el ángulo de la Falange». Su defendido no había insultado al Jefe de Estado, sino que elevó una protesta ante el Jefe Nacional de la Falange, en un acto de entraña falangista al que Franco acudió vistiendo el uniforme de la Falange. «Mi atrocinado –<lija el letrado Martín Fernández- protestó ante el Jefe Nacional, bajo el tuteo de la Falange: “Franco, eres…” Franco es trino de cargos: jefe del Estado, Generalísimo y Jefe Nacional de la Falange. Si los hechos se produjeron dentro de la órbita del partido. ¿Por qué va a ser el Ejército o los tribunales civiles quienes juzguen? No. Que sea la Falange quien sancione y castigue.»
En otro momento de su intervención, el abogado intentó llevar su defensa por otros derroteros, pero Román se lo impidió. «Mi defensor intentó hacer ver que yo no había llamado traidor a Franco, que yo dirigía mis palabras contra aquellos que le rodeaban. Pero yo me levanté y dije que aquello no era así. Creo que el abogado hacía eso para que me rebajaran la pena, pero yo no estaba de acuerdo con esa defensa.»
Sin embargo, de nada sirvieron todas las alegaciones que la defensa presentó ante el Consejo de Guerra. Según cuentan quienes vivieron aquellos momentos, Franco no podía permitir que un insulto a su persona -y mucho menos en su presencia- quedara impune. El Consejo de Guerra primero y el capitán general de Madrid después, el general Rodriga, dieron por buenas las conclusiones definitivas elevadas por el fiscal: 12 años de prisión mayor e ingreso en una unidad disciplinaria del Ejército, como autor de un delito de «injurias al Jefe del Estado y a un superior militar», con el agravante de haberlas proferido en «un lugar sagrado» y en su presencia.
De la DGS, Román fue trasladado a las cárceles de Carabanchel y Alcalá de Henares. Más tarde, a un batallón disciplinario, en el desierto del Sáhara: Smara, Hausa, Villa Cisneros, El Aaiún …
«Allí pusieron junto a mí a dos agentes franquistas, miembros del Servicio de Información Militar, que se hicieron pasar por militantes comunistas. Eran dos tipos muy preparados y me engañaron. Quizás ahora me hubiera dado cuenta antes de quiénes eran en realidad. Pero, en aquel momento, me creí que eran lo que decían e, incluso, me hice amigo de ellos. No obstante, un día me percaté de que no eran sino dos policías … Algún día contaré cómo me di cuenta de ello. Luego, estuve dos veces en el pelotón de castigo; por dar la cara. Aquello fue realmente terrible. Porque si ya era duro el batallón disciplinario, aquello era mucho peor aún…»
A finales de 1965, Román Alonso Urdiales recobraba la libertad. Había cumplido cinco años de condena y, finalmente, había sido uno más de los beneficiados por el llamado «indulto del Papa».
Antes de ser detenido, había aprobado las oposiciones para una plaza de maestro. Sin embargo, tuvieron que pasar doce años para que pudiera comenzar a ejercer su profesión… «Cuando recobré la libertad estuve tres años y medio sin encontrar trabajo alguno. Sobre mi se cernió un boicot total. Y los amigos -esos amigos por los que yo hubiera dado la vida- me negaron su ayuda. Fui a visitar a muchos de ellos, algunos directores de grandes empresas. Pero ninguno me echó una mano. Supongo que fue por el miedo, por las presiones de la policía. Pero todos ellos me dieron la espalda.» Al mismo tiempo, el estigma del condenado político rodeó todos sus movimientos, alargando en la vida cotidiana los horrores de su período de encarcelamiento. «Al volver a mi casa, se presentó la policía y advirtió al portero del edificio que yo había estado detenido y que acababa de salir de la prisión. Y el portero lo fue diciendo piso por piso, previniendo a los vecinos de mi presencia, sin explicar los motivos por los que había sido condenado, y creando una atmósfera hostil en torno a mí, como si yo fuera un delincuente …»
Al final, se vino abajo. Las secuelas de los padecimientos soportados en el batallón disciplinario saharaui y el boicot que tuvo que padecer en su vida profesional le acarrearon serios perjuicios para su salud, que quedó seriamente quebrantada. Y el 16 de enero de 1976 Román Alonso Urdiales fue internado en un psiquiátrico, en donde permaneció durante algún tiempo.
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