domingo, 3 de abril de 2011

Lo importante es el mensaje, el nombre no tanto.

Por Ceferino L. Maestú.

No estoy seguro del acierto pleno pero intento acercarme con buena voluntad. En dos artículos he tratado de plantear la necesidad de continuar y concluir la tarea que José Antonio Primo de Rivera defendió en los últimos días de su vida.

Ante todo, quiero agradecer a cuantos han concordado y a quienes han disentido porque han pensado para ello.

Ahora quiero aclarar cuanto pueda resumiendo mis conclusiones:
En primer término, opino que la Falange del José Antonio de 1935-36 no tuvo nada que ver con lo que, con sus mismo símbolos, vino después.

Muchos, con ánimo de acertar, hicieron sin conocer o por sentimientos o por sometimiento posibilista –según me dijo por escrito Raimundo Fernández Cuesta-, eso sí: proclamando fidelidad aunque, en ello, quemaron a la Falange sin mucho dudar.

Esta es la realidad social que políticamente hemos de considerar, nos agrade o no, quienes queremos mantener vivo no solo el recuerdo, sino también y sobre todo su mensaje en una España que se acerca a lo que fue en 1936.

Cuando los partidos políticos se empeñan en la disputa del poder sin ofrecer soluciones que rompan con sus fracasos y evitar la continuidad o la reiteración de la crisis, José Antonio Primo de Rivera es una auténtica novedad. No la Falange de Franco, que la mayoría conoce, sino la que el Fundador de la primera quiso.

El pensamiento suyo como razón de vida y programa de gobierno lo conocen pocos españoles. Lo que hicieron con el nombre de la Falange sí, con sus razones o sentimientos, o propaganda sectaria del dominio público.

Yo creo (y respeto lo que otros puedan opinar) que quienes confiamos aún en el mensaje y en el programa de gobierno suyo debemos intentar su rescate para servir, socialmente, las esperanzas del pueblo español.
Las ideas pueden motivarnos a nosotros pero las gentes de nuestro país lo que esperan son hechos y no ideas, aunque las ideas pueden enriquecer los hechos.

La socialización del sistema financiero y la reforma de la empresa, con supresión del régimen de salariado. Parecen utopías, pero podemos demostrar que pueden ganarse y superar los separatismo nacionalistas, finalizando con lo que hubo que empezar.

José Antonio no fundo la Falange como un fin sino como un instrumento. Ahora, opino, no seguiría con ese nombre. ¿Cómo habría llamado a la alianza con el sector no marxista del socialismo y el sector no anarquista del sindicalismo, que intentó y estuvo cerca de lograr?

Yo creo que, aunque no guste, podría considerarse como un Izquierda Social Española. ¿Quiénes podrían patrocinarla ahora, como alternativa a los partidos de derechas e izquierdas? ¿De quien estaría más cerca? ¿De ninguno?

Si lo de Izquierda Social no agrada, ¿Qué otro nombre podríamos dar, con garra manteniendo la fidelidad al mensaje joseantoniano con toda claridad?

Ya es hora de dejarse de nombres y de pelear por ellos. José Antonio rompería con muchos como antes tuvo que hacerlo con monárquicos y fascistas, para hacer su revolución. ¿Y nosotros, que?

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