jueves, 24 de febrero de 2011

UNA ESPAÑA DE QUIJOTES.

por poesiaquepromete :


Editorial del programa “El Sí de kipling” (Radio 12 de octubre)

Se ha dicho, que el más famoso hidalgo manchego, salido de la imaginación de aquel heroico infante de marina que fue Cervantes; apodado D. Quijote, era la encarnación del ser español. Una forma de ser, especial, un estilo, que tan ajustadamente definió el maestro García Morente en su “Idea de la Hispanidad”. En efecto, como el Quijote, el español, consideraba la defensa de la Verdad y la Justicia, un deber, es más una necesidad, ineludible, para todo hombre que pretendiera serlo realmente, profundamente. Y para ello, en cumplimiento de esta premisa necesaria, para todo aquel que de verdad pretendiera llamarse español y aún hombre, fueron capaces de realizar prodigios inauditos e inigualados en la historia de la épica. Fue una época de héroes y santos, como no ha conocido el mundo y que probablemente no volverá a conocer.

José Antonio Primo de Rivera, pretendía que esta forma de ser especial, este estilo, volviera a regir los destinos españoles “la firmeza del estilo y el sentido imperial en la conducta” que decía nuestro José Antonio. Así, con su lucidez única, comprendió que en esto, en el estilo, estaba la solución auténtica a la decadencia española. Un estilo, que no debe confundirse con unos modelos políticos ya caducos. José Antonio, pretendía separar la sustancia de la cáscara gastada y mohosa que rodeaba al auténtico ser español. Para ello, se lanzó hace 78 años junto con un puñado de valerosos jóvenes a la reconquista de la esencia española. Fue otra gesta, que como la de Pizarro, reunió entorno así a un puñado de españoles, convencidos de que nada podía frenar su victoria si la Verdad y la Justicia, esto es decir el mismo Dios, era su estandarte. En esta heroica epopeya, José Antonio, junto con muchos de los suyos cayó, no por odio, sino por amor. Y quiso que el último secreto de su sacrificio, fuera que su sangre joven regara los campos de España, para que de ellos, surgiese la nueva Patria, que volviese a hacer del servicio al hombre, el destino providencial de su ser profundo.

Hoy mirando en nuestro alrededor, a esta España, alicorta, cobarde y repugnante, podemos decir que José Antonio fracasó. Logro, es cierto, alumbrar otra vez quijotes, que durante un breve tiempo, volvieron a colocar si mirada en lo difícil, como camino hacia lo infinito. Sin embargo, otra vez los sanchos, con su sentido común, su pusinamilanidad y cobardía, asfixiaron el idealismo, el heroísmo, de los que preferían romperse antes que doblegarse, los que consideraban que la explotación de un solo hombre, justificaba sin dudarlo, todos los sacrificios que su redención exigiese, que una sola alma tiene un valor infinito. Ni tan siquiera hay hoy sanchos en nuestra España. Aquel, al menos tenía sentido común y era capaz de reconocer la grandeza del alma de su señor, aunque no fuese capaz de entenderle. Reconocía así la necesidad de una sociedad aristocrática, no de los títulos heredados y vacíos. Sino como gobierno de los mejores, de los que más y mejor sirven. Un gobierno otra vez de siervos de los siervos de Dios.

Urge, que recobremos este estilo, y primero debemos hacerlo en nuestras vidas. El primero el que ahora os habla. Deshacernos del hombre viejo y alumbrar al hombre nuevo. No un súper hombre al estilo nicheziano, brutal y delirante. Sino al hombre surgido del amor, de la Buena Nueva Por la que “España fue a América, no por plata, sino a decirle a los indios que todos éramos hermanos, lo mismo los blancos que los negros, todos, puesto que siglos antes, en otras tierra lejanas, un mártir había derramado su sangre en el sacrificio para que esa sangre estableciera el amor y la hermandad entre los hombres de la tierra”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario